En la semana que pasó, el camino de la Cuaresma, el camino menos transitado, terminó en la muerte. Con nuestros propios esfuerzos, la liberación, la justicia, la santidad se manifiestan sólo por un momento. Nuestro viaje se acaba en la cruz.
El camino de este mundo también concluye en la muerte. Sus promesas se basan en una mentira total. Su consolación es puro engaño.
Hoy, nosotros, los andamos por este camino tan poco transitado, encontramos una promesa y una consolación que se basan en la verdad de nuestra fe. Para los cristianos, no hay muerte final. Estamos bautizados en la vida total. La muerte solo viene del pecado.
Hoy celebramos la verdad que es nuestra consolación y la promesa. Ya estamos liberados de la muerte y del pecado.
El camino del mundo no tiene respuestas ante la muerte física. La Resurrección de Jesucristo es nuestro consuelo al enfrentar nuestra propia muerte o la muerte de una persona amada.
El camino del mundo no puede superar la opresión que domina siglo tras siglo. La Resurrección de Jesucristo es nuestra fuerza para luchar contra las fuerzas que nos oprimen.
El primer fruto de la Resurrección de Jesucristo es la liberación. La herencia de todos los bautizados es la liberación. Salimos de esta iglesia hoy con la certeza de que somos hombres y mujeres de la Pascua, y “Aleluya” es nuestra canción.
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