Las semanas después de Las Pascuas son el tiempo de “Mistagóguia”, es decir, tiempo de explicar a los recién bautizados la fe y, en particular, el significado de la Resurrección de Cristo Jesús.
Lo que resulta de la Resurrección es conocer.
Una tristeza tan profunda en esta vida es nunca han sido conocido. Tenemos un hambre grande de conocer y ser conocido. Lo que queremos, mas que todo, es un nombre.
Dice el evangelio que nos conoce Cristo Jesús. La imagen del buen pastor nos sugiere un conocimiento intimo e instante. Las ovejas ni preguntan ni prueban al pastor. Casi por instinto, conocen a uno a otro en cada movimiento, cada gesto, cada sonido.
San Juan dice en la segunda lectura: “Vean qué amor singular nos ha dado el Padre, que no solamente nos llamamos hijos y hijas de Dios, sine que lo somos.” En la manera en que el mundo no puede reconocer Cristo, la piedra angular desechada, en tal manera el mundo no nos conoce. El mundo no conoce liberación, el regalo de le Resurrección. Solamente el mundo conoce la opresión.
Un acto de la opresión es mantener la víctima desconocida. Podemos hacer groserías a la otra persona si no les damos ni nombre ni identidad.
Por la liberación de la Resurrección, cada persona puede entrar a una relación intima de conocimiento con Jesús.
No tenemos el conocimiento perfecto. San Juan nos dice que lo que sabemos es “cuando él se manifieste en su gloria seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es.” Y, por ahora, en esta comunidad de feligreses podemos llamar por nombre a uno a otro. Y el nombre es ¡Hijo y Hija de Dios!
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